De Brasília, la bella capital de Brazil.
Los hombres y las mujeres son seres creados (teoría creacionista) o nacidos (evolucionismo) con tantas diferencias e igualdades, que nos parece apropiado decir que representan la igualdad perfecta de la diferencia y la diferencia perfecta de la igualdad y, en esta balanza, el péndulo que determina la justicia, es el respeto.
La Antropología física (biológica) y la Antropología cultural se encargan de igualar y desigual a esos dos seres que, literalmente, son la vida racional en el planeta. Por eso, me parece extraño e inaceptable que con toda interdependencia entre ellos, el hombre, sólo por ser el macho de la especie, haya dedicado y siga dedicando su existencia a reducir la importancia de la mujer.
La vida racional en el Planeta Tierra sigue teniendo un corte patriarcal. En el interior de cada familia que se ya ha formado, todos los miembros se reconocen diferentes el uno del otro. A pesar de la diferencia, salvo en la excepción, no se tiene noticia que un miembro haya esclavizado al otro. Tal vez la razón esté en el hecho de que las familias se ven como una unidad que debe autoprotegerse.
Si sumamos a cada familia ya constituida llegamos fácil a la comprensión del concepto de Nación, como un pueblo con cultura propia, unido por la lengua, las costumbres, la religión, la ideología, la filosofía, las instituciones y los modos de conocimiento.
Estos rasgos sólo son asimilables por animales racionales. Podemos decir que es nuestra racionalidad que nos da el conocimiento sobre la cantidad de nuestra existencia y la calidad del sentimiento de pertenecer, todos, a la familia de los humanos, independientemente del color, credo, procedencia o ideología que adoptamos.
¿Dónde la mujer encaja en ese contexto de existencia humana? ¿Por qué sus derechos jamás fueron iguales en las sociedades patriarcales? ¿Por qué los hombres patriarcales (machistas) se consideraron siempre superiores a las mujeres?
Quien me lee, sabe de la pasión por el filósofo Aristóteles y sus reflexiones, pero no soy ciego ni ingenuo para cerrar los ojos a los conceptos equivocados del gran maestro. Por ejemplo, ¿de dónde vino su idea de que las mujeres eran inherentemente inferiores en mente, cuerpo y voluntad moral? ¿De su contexto? De sus reflexiones o de la pereza en reflexionar y redefinir, quizá por conveniência, ese capítulo de la historia de su tiempo? No sé decir…
En su libro “El poder y la gloria: el lado negro del Vaticano de Juan Pablo II” (2007: 423) David Yallop dice que Aristóteles “… creía que sólo el hombre” superior “poseía la capacidad de procrear, y que la única contribución de la mujer “inferior” era la materia prima que estaba moldeada por la semilla del hombre dentro del útero de la mujer, el alfarero trabajando con el barro informe. Para Aristóteles, si el resultado fuera un hombre, el alfarero había alcanzado la perfección; pero si el niño fuera una mujer, entonces algo en la creación había fallado. Él naturalmente concluyó que esos humanos fallidos no podían gobernarse ni a sí mismos ni a los demás, y debían ser gobernados y controlados por los hombres.”
¡No quiera crucificarlo! Ciertamente Aristóteles no fue el primero ni el último en equivocarse sobre el papel de la mujer en la história.
¿ Puede que la teoría del inconsciente colectivo, desarrollada por Carl Gustav Jung a fines del siglo XIX y principios del XX, y que comprende la psique como la capa más profunda del ser, en parte, tenga surgido como fruto de la observación de esas repeticiones culturales que se perpetúan generación tras generación? ¿Qui lo sabrá decir al cierto y Qui lo negará totalmente?
Cada uno de nosotros es un “Yo existente” que sumado a los otros “Yo existentes”, hace de la humanidad nuestro “Yo colectivo”, otrora perpetuado por una cultura autóctona en que las costumbres y tradiciones eran transmitidas de padre a hijo y se mantenían por generaciones. Hoy, en ese nuevo tiempo de cultura globalizada, somos so pena de perecer, obligados a cambiar cada veinte minutos, para no caer en desuso.
La vieja frase divina “Yo soy lo que soy” no cabe más para ninguno de nosotros, en ese contexto globalizado. Cada uno de nosotros es en sí, cada vez menos, porque cada día se vuelve más importante como parte del grupo al que cree pertenecer. Pero, ¿A qué grupo perteneces tú mismo? ¿Y hasta dónde el grupo te reconoce y acepta como individuo? Si usted desto de él, sigue siendo aceptado?
Esta concepción de grupo que migró de la familia al clan y luego a la tribu; que migró de la concentración de personas en una villa y luego en una ciudad, nos hace decir, soy brasileño, soy italiano, soy español, soy norteamericano y esto nada más es que un agregado de todos los “Yos” que nos forman y que, nos hace ser lo que somos y pensamos.
En el pasado moldeábamos la cultura de acuerdo con la necesidad y subsistencia del grupo. Pero, incluso ese grupo gentílico, poco a poco está siendo subyugado por la cultura global.
Esto no debe significar que debamos echar mano de la teoría antropológica de la “negativa del extraño”, so pena de retroceder a los nacionalismos estúpidos, de los cuales el nacional socialismo se convirtió en ejemplo.
El hecho es que ese “Yo social” no puede ser reducido al ser masculino. La humanidad es un todo, del cual masculino y femenino son partes. Así como no hay el todo sin cada una de las partes, éstas deben reconocerse y respetarse como la perfecta mitad que compone el todo. Algo parecido como la unión del H2O, la fórmula del agua. Si se sustrae uno de los elementos, el otro existe por sí mismo, y con innegable importancia, pero … agua …, ¡Ya no es!
Pablo, el apóstol, tuvo allí sus momentos de irracionalidad, pero en uno de los momentos de lucidez escribió una epístola a los ciudadanos de la ciudad de Corinto en la región del Peloponeso (región que tuve el placer de conocer) e hizo la siguiente metáfora: “Porque, así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros, siendo muchos, son un solo cuerpo, así es Cristo también.
Aunque con mucha curiosidad he cursado dos años de teología, dejo la explicación sobre Cristo para los teólogos. Prefiero prenderme a la metáfora del cuerpo, sólo para parafrasear, diciendo que, así como la humanidad es una y tiene muchos miembros, y todos esos miembros hombres y mujeres, aun siendo muchos, son uno solo cuerpo social. Siendo así, cuando el hombre intenta subyugar a la mujer está mutilándose a sí mismo, como “ser humano”. Falla en respetar la condición de “humano”, porque humano es el todo y no la parte hombre, o la parte mujer.
Tantas veces en la historia fallamos en respetar el derecho del prójimo, que en los tres últimos siglos nuestra mayor lucha social y jurídica ha sido declarar que los humanos tienen derecho. ¿Cuántas categorías de derechos humanos poseemos? ¿El derecho humano del hombre es diferente del derecho humano de la mujer? ¿El derecho humano del abuelo es diferente del derecho humano de la abuela?
Racionalizamos el conocimiento y teorizamos respondiendo a la pregunta anterior, diciendo: ¡Claro que no! ¡Claro que el derecho humano del hombre es igual al derecho humano de la mujer! El problema es que entre bastidores de la vida, tramamos contra esa verdad y tanto nuestra cultura como nuestras leyes, siguen gritando que no pasamos de aquel tipo de hipócrita que dice una cosa y hace otra.
¿Por qué insistimos en negar a la mujer su desigualdades naturales con los mismos derechos de las igualdades que posee el macho de la especie, si todos somos tan iguales como diferentes?
La vida, bajo diversos aspectos de las ciencias sociales, jurídica, antropológica, sociológica, etc., es una unidad dentro de la multiplicidad y una multiplicidad de unidades. ¿No es así dentro de ese gran cuerpo de la familia humana, de la cual todos somos miembros?
Entonces, ¿dónde reside la justificación para que el hombre sea considerado superior a la mujer? Si reside en la religión, en la ideología o en la filosofía, tenemos que destruir cualquiera que sea ese modo de conocimiento y reconstruirlo, simplemente porque es imprestable a la racionalidad.
Este “Yo” humano en el que todos nos unimos por la conciencia de existir en el tiempo y en el espacio, no es masculino ni femenino. ¡Ese “Yo”, es humano!
Nuestra vida en la Tierra está basada en las diferencias que conviven en equilibrio. ¿Será el día peor que la noche por ser él claro y ella oscura? ¿Será el hidrógeno peor que el oxígeno por estar en desventaja molecular de dos por uno?
La negación del valor de la desigualdad y de la igualdad de la mujer, en sus múltiples aspectos, es la negación del “Yo” humano. A veces descendemos tan profundamente en esa negación existencial que el retorno a la superficie exige innumerables medidas paliativas para resucitar nuestro eslabón perdido, nuestra propia humanidad.
Hasta que experimentamos la curación, necesitamos toda ayuda posible: como el consagrado “Día Internacional de la Mujer”, la “ONU-Mujer”, las Declaraciones Universales de Derechos de la Mujer y, principalmente, el repensar de doctrinas religiosas machistas, así como de la movilización de las familias, del Estado y de los medios para que eduquemos a ese hombre que fue formado a lo largo de milenios, bajo el signo de la creencia de que la mujer es de alguna forma inferior a él; ese hombre que niega su propia humanidad al negar a la otra mitad perfecta, su importancia en el todo.