Desde Brasilia, la capital de Brasil.
¿Cómo estás hoy? ¿Bien? ¡Que maravilla!
¿Cómo estarás “mañana”? ¿No sabes? ¡Ni yo! Ninguno de nosotros está protegido del coronavirus.
Cuando contrajo el virus y escapó de la muerte, ¿qué sensación le trae?
¿Conoce a algún familiar que se haya infectado con el Coronavirus?
¿Perdió a alguien de la familia por el virus, un amigo o un simple conocido? ¿Cómo se siente?
¿Brinda, cada vez que escucha que alguien “ha vuelto de entre los muertos”?
Cada uno de nosotros tiene un ciclo muy restringido, en relación con todas las personas del mundo. Sin embargo, es imposible no ver el número de empresas quebradas, de personas que entraron en concurso de acreedores por no poder pagar las facturas que siguen entrando, ante fuentes de ingresos que se han secado. Esta es ya la situación de miles de millones de personas en el planeta.¿Te imaginas las olas de tristeza que golpearon el “espíritu” de la humanidad?
Poco a poco estamos “encendiendo” los motores de la vida, pero no olvide lavarse siempre las manos, usar una máscara y ser leales a los que le rodean. Basta que al sentir síntomas, o contraer el virus, sigas el protocolo y te quedes en aislamiento, en lugar de sembrar el terror en tu “barrio”, porque en nuestro mundo globalizado, más que nunca, el aleteo de una mariposa, en China, puede reverberar en el extremo sur de la Patagonia.
Otra vez estamos siendo probados en nuestra “humanidad”. Si te encuentras bien, sigue con cuidado, porque la vacuna aún puede tardar bastante. Mientras tanto, adáptese.
Cuando el miedo comience a acechar, alejad y a los múltiples trastornos y síndromes que lo acompañan. Que la voluntad de sobrevivir y salir indemne de la crisis, sea mayor que todas las fuerzas negativas que te rodean. Estamos en medio de la corriente, y la fuerza que tenemos que liberar para “regresar” es proporcionalmente la misma que podemos usar para “nadar” hasta la orilla segura.
En diciembre, China hizo saber al mundo sobre el coronavirus, en marzo sonaron las “sirenas” advirtiendo que el virus era como un terremoto en aguas profundas, y que “tsunamis” vinieron en nuestra dirección.
Es el mes de agosto y los números de infectados, muertos y recuperados, se mezclan ante nuestros ojos, como figuras en un caleidoscopio.
Gobiernos y oposiciones continúan como de costumbre, disputando tontamente a quién pertenece la “tumba del cementerio”, mientras intentan falazmente “calmar” a la población mundial, diciendo que tal vez tengamos vacunas a fines de 2020 y, aun así, de manera escalonada para categorías distintas de profesionales, y por fin, para el pueblo en general. Sin embargo, nada de esto es seguro, porque la vacuna aún puede tardar mucho tiempo.
La vida sigue emitiendo señales como faros en las noches oscuras, advirtiendo de las rocas que amenazan nuestros “navíos”. La gran pregunta es si podemos recibir e interpretar correctamente eses avisos.
En cualquier sitio de búsqueda se encuentra el registro de que en la isla de Sumatra, Indonesia, el 26 de diciembre de 2004, ocurrió un terremoto de magnitud 9.1, a 30 kilómetros de profundidad en el océano Índico, generando el “tsunami” que mató a más de 230.000 personas, en 14 países del sudeste asiático.
En muchos sentidos, ese “tsunami” sirve por analogía al año 2020. El Coronavirus parece un terremoto que sacudió las placas tectónicas que sostienen la estructura de nuestra vida moderna. Una ola colosal de “horror” y terror que continúa arrasando continentes y que en solo ocho meses se ha cobrado cerca de un millón de vidas.
Después de todo, ¿qué señales está enviando la vida? ¿No vamos a pararnos a hacer “ESAON”? ¿No es este un buen momento para ESTACIONAR, SENTARSE, ANALIZAR, ORIENTAR, antes de regresar a NAVEGAR?
El poeta estadounidense Henry Longfellow, una vez inspirado por los campos de arándanos de Maine, dijo que “podemos hacer nuestras vidas sublimes y, cuando nos vayamos, dejar huellas en la arena del tiempo detrás de nosotros”.
No creo que los signos nos induzcan a convertirnos en huestes temerosos, pesimistas, depresivos o psíquicos de trastornos, síndromes o conspiraciones apocalípticas. Es hora de ser aún más fuerte, especialmente en el alma; de decidir ser menos hipócritas, y como sociedad de racionales, reducimos significativamente nuestra marcha apresurada hacia la humanización de las cosas y la humanización de las cosas (tema que abordo con mayor profundidad en mi libro, “Del alarmismo apocalíptico a la resurrección social y económica – Mundo utópico, mundo distópico”, a punto de ser lanzado).
Entonces, aunque sea difícil, y extraño, finge sonrisas, porque son mejores que el pesimismo, en tiempos que destilan libremente la hiel.
¡Cuídate bien! ¡Su vida y su salud física y mental siguen siendo sus mayores tesoros!